(Thoreau ).
La verdad, sin embargo, no resulta tan graciosa: los mataderos comerciales son una visión infernal. En medio de atroces gritos de angustia, los animales son aturdidos a golpes de martillo, con electroshocks o con fusiles neumáticos; a continuación, colgados cabeza abajo, son transportados mecánicamente al lugar de la matanza, donde los degüellan y, a menudo todavía en vida, los cortan en pedazos. El tenista Peter Burwash, en su libro A Vegetarian Primer, habla de su reacción en una visita a un matadero: «No soy una hermanita de la caridad. Me he dejado un puñado de dientes jugando al hockey, y en la pista de tenis soy extremadamente agresivo... Pero aquella experiencia en el matadero me revolvió hasta los mismos tuétanos. Cuando salí de aquel lugar, sabía que nunca más podría hacer daño a un animal. Conocía los motivos fisiológicos, económicos y ecológicos del vegetarianismo, pero lo que puso la base de mi adhesión al vegetarianismo fue aquella comprobación directa de la crueldad del hombre con los animales».
En la antigua Grecia y Roma, desde la más remota antigüedad, son muchas las grandes personalidades que, llevadas de consideraciones éticas, han optado por seguir una dieta vegetariana. Pitágoras, famoso matemático y filósofo, dijo: «Amigos míos, absteneros de corromper vuestro cuerpo con alimentos impuros; tenéis campos de trigo, manzanas tan abundantes que comban las ramas de los árboles, uvas que llenan las viñas, hierbas sabrosas y verduras de cocer; tenéis la leche y la miel del aromático romero; la Tierra ofrece gran cantidad de riquezas, alimentos puros que no causan muerte ni derramamiento de sangre. Sólo los animales satisfacen su hambre con la carne, y ni siquiera todos, pues los caballos y el ganado bovino y ovino se alimentan de hierba». El biógrafo Diógenes escribió que Pitágoras solía tomar pan con miel por la mañana y verduras crudas al anochecer, y que pagaba a los pescadores para que tirasen al mar los peces que acababan de pescar.
En un ensayo titulado Sobre comer carne, el autor latino Plutarco dice: "¿Os preguntáis por qué Pitágoras se abstenía de comer carne? Yo, por mi parte, me pregunto más bien por qué razón y con qué idea ha podido el hombre llevarse por vez primera a la boca la sangre coagulada de una criatura muerta, y cómo ha podido tocar la carne con sus labios; cómo habrá podido poner sobre su mesa cadáveres de animales y llamar comida y alimento a aquellos seres que poco antes mugían o balaban y se movían, vivos. Cómo habrá podido soportar la visión de la masacre, la garganta cortada, la piel arrancada, los miembros despedazados; soportar el horrible olor... ¡Cómo habrá hecho para no sentir asco en contacto con los parásitos de otros seres, que chupan los humores y los sueros de las heridas...! Ciertamente, el hombre no se alimenta de los leones y los lobos, de los que se defiende... sino que, al contrario, mata criaturas inocentes, mansas, carentes de aguijones o de garras. Por un pedazo de carne, el hombre las priva del Sol, de la luz, de la duración natural de la vida a la que tienen derecho simplemente por haber nacido».
Plutarco lanza finalmente, el siguiente desafío a los carnívoros: «Si os empeñáis en que la naturaleza os ha destinado ese tipo de alimentación, está bien, pero entonces, matad vosotros mismos, solos, los animales que queráis comer, hacedlo con vuestras propias fuerzas, sin cuchillos, porras, ni hachas».
Leonardo da Vinci, gran pintor, escultor, inventor y poeta del Renacimiento, resumió los principios éticos del vegetarianismo en las palabras: «Quien no respeta la vida, no la merece». Leonardo da Vinci consideraba los cuerpos de los carnívoros «tumbas y cementerios» de los animales que comían. En sus escritos, donde se pone de manifiesto su amor por todos los seres vivos, afirmó: «Muchísimas crías de estos animales serán separadas de sus padres, degolladas y descuartizadas del modo más bárbaro».
El filósofo francés Jean Jacques Rousseau abogaba por el orden natural de las cosas; habiendo observado que generalmente los animales carnívoros son más crueles y violentos que los herbívoros, llegó a la conclusión de que una dieta vegetariana haría a los hombres más compasivos. Rousseau aconsejaba incluso que no se permitiese a los carniceros y matarifes actuar como testigos en los tribunales o formar parte de un jurado.
En la obra The Wealth of Nations, el economista Adam Smith proclamó las ventajas de la dieta vegetariana, escribió: «En realidad, cabe preguntarse si hay algún lugar del mundo en que la carne sea imprescindible para la supervivencia. Los cereales y las verduras, con la leche, el queso y la mantequilla, o bien el aceite (allí donde no se puede conservar la mantequilla), pueden aportar la alimentación más completa y energética, pues no existe lugar en donde el hombre deba por fuerza alimentarse de carne».
Este tipo de consideraciones llevaron también a Benjamin Franklin a hacerse vegetariano a los dieciséis años de edad, cuando se dio cuenta de que esa dieta «le proporcionaba mucha más claridad intelectual y mejoraba su capacidad de aprendizaje». En su autobiografía, define el consumo de carne como «un delito injustificado».
También el poeta Shelley era un vegetariano comprometido. En su ensayo A Vindication of Natural Diet, dejó escrito: «Sometamos al defensor de la dieta carnívora a una prueba decisiva, y, como dice Plutarco, que desgarre con sus propios dientes la carne de un cordero vivo, que meta la cabeza en sus entrañas y que calme su sed con la sangre. Si así lo hace, y sólo entonces, será coherente con su teoría». Shelley se interesó por el vegetarianismo cuando estudiaba en Oxford, y él y su esposa, Harniet, se hicieron vegetarianos poco después de casarse. En una carta del 14 de marzo de 1.812, su esposa escribía a una amiga: «Hemos dejado de comer carne y seguimos las enseñanzas de Pitágoras». En el poema Queen Mab, Shelley describe un mundo utópico en que los hombres no matan a los animales para comer: «Ahora el hombre ya no mata al cordero de dulces ojos; ha dejado de devorar la carne del matadero que, por venganza de las leyes naturales rotas, hace surgir en su cuerpo humores pútridos, todas las pasiones maléficas, los pensamientos vanos, el odio y la desesperación, la repugnancia, y, en su mente, el germen del sufrimiento, de la muerte, de la enfermedad y del crimen».
El escritor ruso León Tolstoi se hizo vegetariano en 1.885. Abandonó el deporte de la caza y se dedicó a promover «el pacifismo vegetariano», que condenaba la matanza de cualquier tipo de animales, hasta de las hormigas. Se daba cuenta de que el progreso natural de la violencia llevaba de modo inevitable a la guerra en la sociedad humana. En el ensayo The first step, Tolstoi escribió que comer carne es «simplemente inmoral, pues supone una acción contraria al sentimiento moral: el acto de matar». Al matar, pensaba Tolstoi, «el hombre suprime en sí mismo, innecesariamente, las más altas capacidades espirituales: el amor y la compasión por otras criaturas vivas como él; y, al violar sus propios sentimientos, se vuelve cruel».
El compositor Richard Wagner pensaba que toda forma de vida es sagrada. Consideraba que el vegetarianismo era «la alimentación natural», que podía salvar al hombre de la agresividad y ayudarnos a regresar al «Paraíso perdido».
En diferentes etapas de su vida, Henry David Thoreau fue también vegetariano. Aunque su práctica del vegetarianismo fue bastante ocasional, reconoció sus virtudes. En su obra Walden escribió: «¿No es para el hombre una vergüenza que se le considere un animal carnívoro? Es cierto que puede vivir, y en gran medida vive, de devorar a otros animales; pero esa forma de vivir es miserable, como lo sabe cualquiera que haya ido a cazar conejos con trampas o a matar corderos. La persona que enseñe al hombre a seguir una dieta más inocente y sana será considerada un gran benefactor de la humanidad. Por mi experiencia, estoy absolutamente seguro de que la raza humana, en su progreso gradual llegará a abandonar el hábito de alimentarse de carne, del mismo modo que muchas tribus salvajes han dejado de comerse unos a otros cuando han entrado en contacto con pueblos más civilizados».
Ni que decir tiene que el más grande apóstol de la no violencia en el siglo XX, Mohandas Gandhi, era vegetariano. Puesto que sus padres practicaban la religión hindú, Gandhi en su casa nunca comió carne, pescado ni huevos. Sin embargo, bajo la dominación británica, tuvo lugar un enérgico ataque contra los antiguos principios de la cultura de la India. Debido a esas fuertes presiones, muchos indios comenzaron a adoptar los hábitos alimentarios de los occidentales. Incluso Gandhi fue víctima de los consejos de sus compañeros de estudios, quienes le insistieron en que, si comía carne, «aumentaría su fuerza y su coraje». Más tarde, sin embargo, volvió al vegetarianismo, y dejó escrito: «Es necesario corregir la falsa creencia de que la dieta vegetariana nos hace de voluntad débil, pasivos o apáticos. La carne no es necesaria bajo ningún concepto». Gandhi escribió cinco libros acerca del vegetarianismo. Se alimentaba diariamente de trigo germinado, pasta de almendras, verduras de hoja, limones y miel. Fundó la granja Tolstoi, una comunidad basada en principios vegetarianos. En el libro Moral Basis of Vegetarianism, escribió: «Estoy convencido de que la carne no es un alimento adecuado para nuestra especie; es un error que nosotros, si somos seres superiores, imitemos a los animales inferiores». Gandhi, consciente de que los motivos éticos para ser vegetariano son más fuertes que los estrictamente higiénicos, escribió: «Estoy convencido de que en el progreso espiritual se llega a un momento en el que se tiene que dejar de matar a otras criaturas por la simple satisfacción de un impulso del cuerpo.
El autor George Bernard Shaw trató de hacerse vegetariano a los veinticinco años. Como explica en su autobiografía: «Fue Shelley quien me abrió los ojos y me hizo ver lo enormemente cruel que era mi dieta». Los médicos le advirtieron que aquella dieta le causaría la muerte. Cuando, ya anciano, alguien le preguntó por qué no había vuelto a aquellos médicos para que vieran lo bien que le había sentado, contestó: «Me hubiera gustado hacerlo, lo malo es que murieron hace años». En otra ocasión le preguntaron cómo se las arreglaba para tener un aspecto tan joven a su edad. «No es exacto —contestó Shaw—. Yo aparento la edad que tengo. ¡Son los demás que parecen más viejos! ¿Qué otra cosa podríais esperar de gente que se alimenta de cadáveres?». Acerca de la relación entre el comer carne y la agresividad del hombre, Shaw escribió: «El domingo oramos pidiendo que la luz ilumine nuestro camino. Estamos cansados de guerras, no queremos más combates, pero, sin embargo, nos atiborramos de cuerpos muertos».
H.G. Wells hizo referencia al vegetarianismo en A Modern Utopia, un libro sobre el mundo futuro. «En Utopía no hay carne. La había. Pero ahora no podemos ni siquiera tolerar la idea de un matadero. La gente ha alcanzado un alto nivel de educación y refinamiento, y es prácticamente imposible encontrar a alguien que quiera descuartizar a un buey o un cerdo muertos. Recuerdo lo contentos que todos nos sentíamos cuando, de niño, se cerró el último matadero».
El premio Nobel de literatura Isaac Bashevis Singer se hizo vegetariano en 1.962, a los cincuenta y cinco años de edad. «Naturalmente —afirmó—, lamento no haberlo hecho antes, pero más vale tarde que nunca». Pienso que el vegetarianismo es completamente compatible con su religión judía. «Somos todos criaturas de Dios —dijo—, y no tiene sentido que Le pidamos a Él justicia y misericordia si después continuamos comiendo carne de animales que han sido matados porque nosotros así lo quisimos».
Aunque considera importate el aspecto higiénico y de salud del vegetarianismo, explica con toda claridad que las razones éticas son las fundamentales. «Incluso si se demostrase científicamente que la carne es un alimento bueno, yo no la comería».
Singer no soporta las justificaciones seudo-intelectuales: «Algunos filósofos y líderes religiosos convencen a sus seguidores de que los animales no son más que máquinas sin alma ni sentimientos; pero todo el que haya vivido con un animal —un perro, un pájaro, hasta un ratón— sabe que esa teoría es un tremendo embuste con el que tratan de justificar su crueldad».
Vegetarianismo y religión.
Casi todas las religiones han predicado el abstenerse de carne, comenzando por los sacerdotes egipcios, que seguían una dieta vegetariana para poder mantener el voto de castidad. Rechazaban también los huevos, que consideraban «carne líquida».
Si bien el Viejo Testamento, que es la base del Judaísmo, hace algunas referencias al consumo de carne, aclara también que la situación ideal es el vegetarianismo. En el Génesis (1.29), Dios dice: «He aquí que te he dado toda hierba con su semilla, y todos los árboles que pueblan la Tierra, con su fruto, que contiene la semilla de todo árbol, para que te sirvan de alimento». Al comienzo de la creación, según la Biblia, parece que ni siquiera los animales se alimentaban de carne. En el Génesis (1.30), Dios dice: «Y a todos los animales de la Tierra, a todos los pájaros del cielo, a todos los seres que se arrastran por el suelo, allí donde exista una forma de vida, a todos ellos Yo les he dado toda clase de hierbas para alimentarse; y así sea». También en el Génesis (9.4), Dios prohibe directamente la carne: «Pero carne con su vida, que es su sangre, no comerás. Y sabe cierto que reclamaré la sangre de tu vida, y la reclamaré por mano de todo animal».
En los últimos libros de la Biblia, también los profetas condenan el consumo de carne. Isaías (1.5) afirma: «Dijo el Señor: Me habéis sacrificado gran número de ovejas y de bueyes, pero a Mí no Me complace la sangre de las vacas, de los corderos y de las cabras; cuando alzáis las manos, Yo aparto los ojos de vosotros, y cuando oráis no os escucho, porque vuestras manos están manchadas de sangre». Según Isaías (66.3), matar vacas es un pecado particularmente grave: «Aquel que mata a un buey peca como el que mata a un hombre».
La Biblia presenta también la historia de Daniel, quien, prisionero en Babilonia, se negó a comer la carne que le ofrecían los carceleros, y prefirió alimentarse de sencilla comida vegetariana.
Muchos cristianos se dejan confundir por algunos pasajes del Nuevo Testamento en que se dice que Jesucristo comió carne. Pero estudios detallados de los antiguos manuscritos griegos han revelado que las palabras traducidas como «carne» son trophe y brome, que solamente significan «alimento» o «el acto de comer» en sentido amplio. Por ejemplo, en el Evangelio de San Lucas (8.55), se lee que Jesús resucitó a una mujer y «ordenó que le diesen "carne"». La palabra griega original, traducida como «carne», es phago, que significa solamente «comida». Por lo tanto, lo que Jesucristo dijo realmente es: «Dadle de comer». La palabra «carne» en griego es kreas, y nunca se utiliza en relación con Jesucristo. En el Nuevo Testamento no se dice en ningún momento que Jesús hubiera comido carne. Esto, por lo demás, coincide con la famosa profecía de Isaías acerca del advenimiento de Jesús: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre será Emmanuel. Comerá mantequilla y miel, porque sabrá rechazar el mal y elegir el bien».
Clemente de Alejandría, uno de los padres de la Iglesia, recomendaba una dieta sin carne, citando el ejemplo del apóstol Mateo que «se alimentaba de semillas, frutos secos y vegetales, sin carne». San Jerónimo, otro de los padres de la antigua iglesia cristiana, que describió la versión latina autorizada de la Biblia que todavía hoy se usa, escribió: «Cocinar vegetales, frutas y legumbres es fácil y económico». San Jerónimo sugería esa dieta a quien quería consagrar su vida a la búsqueda de la sabiduría. San Juan Crisóstomo consideraba el comer carne cruel y antinatural por parte de los cristianos: «Nos comportamos como lobos, como leopardos... peor incluso que ellos; porque la naturaleza ha dispuesto que ellos se alimenten de ese modo, pero nosotros, que hemos recibido de Dios la palabra y el sentido de la justicia, nos hemos vuelto peores que las fieras salvajes». San Benito, fundador de la orden benedictina en el año 529 d. de C., estableció para sus monjes una dieta vegetal.
También a los trapenses les fue prohibido, desde su fundación en el siglo XVII, el comer carne y huevos. Si bien el Concilio Vaticano II relajó esas normas, en la actualidad todavía son muchos los monjes trapenses que siguen la regla original. Es, sin embargo, bastante sorprendente que en muchos monasterios trapenses se crían animales para enviarlos al matadero como medio de financiación.
También la iglesia adventista recomienda a sus seguidores que sean vegetarianos. Pocos lo saben, pero la enorme industria americana de «productos para el desayuno», nació en un balneario dirigido por el Dr. John H. Kellogg, que investigaba constantemente nuevos desayunos a base de productos vegetales para los ricos pacientes del balneario. Así preparó los primeros copos de maíz, que, más tarde, distribuyó por todo el país. Con el paso de los años, el Dr. Kellogg fue poco a poco separando sus negocios de la iglesia adventista, y de ese modo fundó la industria que todavía hoy lleva su nombre.
El país con mayor cantidad de vegetarianos en la actualidad es la India, patria del budismo y el hinduismo. El budismo nació como reacción al exterminio de animales que se estaba llevando a cabo con el perverso pretexto de realizar rituales religiosos. Buddha puso fin a esas prácticas y propuso su doctrina de ahiˆs€, es decir, de la no violencia.
La filosofía hindú y el principio de no violencia
Las Escrituras védicas de la India, que se remontan a épocas anteriores al budismo, subrayan la importancia de la no violencia como fundamento ético del vegetarianismo. La Manu-saˆhit€, antiguo código de leyes hindú, establece: «Para obtener la carne, es siempre necesario herir a un ser vivo, lo cual es un grave impedimento para alcanzar la bienaventuranza celestial; por lo tanto, hay que abstenerse de comer carne». En otro pasaje, la Manu-samhita dice: «Habida cuenta del desagradable origen de la carne y de la crueldad de aprisionar y matar seres vivos, es necesario abstenerse por completo de comer carne».
En los últimos años, el movimiento Hare Krisna ha propagado por todo el mundo estos principios éticos. Srila Prabhupada, el acarya (maestro espiritual) fundador del movimiento, explicó en cierta ocasión: «En la Manu-saˆhit€ se establece el principio de que una vida vale una vida, principio que se sigue prácticamente en todo el mundo. Existen leyes similares que sostienen que incluso quien mata a una simple hormiga es culpable de ello. Puesto que no podemos crear, no tenemos derecho a quitar la vida a ningún ser vivo, y, por lo tanto, las leyes humanas que hacen diferencias entre matar a un hombre y matar a un animal son imperfectas... Según las leyes de Dios, matar a un animal es tan grave como matar a un hombre. Quien hace diferencias entre ambas acciones está inventando sus propias leyes. Incluso en los Diez Mandamientos se prescribe: "No matarás".
Esa ley es perfecta, pero la gente la interpreta de forma equivocada, pensando: "No mataré a ningún hombre, pero puedo matar a los animales". Quienes así razonan se engañan a sí mismos y crean dolor para ellos y para los demás».
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