La sabiduría de la mente no tiene valor sin la sabiduría del corazón y es como una larga hilera de ceros sin una cifra que los preceda. Hay un arte que supera a todos: el arte del amor consciente.
El amor consciente se ejercita conscientemente y está en las antípodas del amor egocéntrico, narcisista, egoísta y que antepone la propia gratificación. Es un amor que hay que ir lo purificando de exigencias y reproches, expectativas infantiles, afán de posesividad, celos, inclinaciones de manipulación, ataduras y suspicacias. Es un amor desde la libertad, que requiere un esfuerzo de atención y sensibilidad, que pone los medios para que la otra u otras personas sean felices aun a riesgo de perderlas, que facilita su crecimiento y evolución y proporciona libertad y confianza, siempre renovado, sin esquemas ni rutinas, tomando nota de las necesidades ajenas, procurando consideración en lugar de reclamarla, sabiendo soltar cuando así es necesario, en apertura y disponibilidad. Pero sólo en la medida en que uno evoluciona conscientemente está en disposición de poder dar un amor así, que termina convirtiéndose en una actitud, en una especie de aroma que se exhala. Entonces se relaciona uno con madurez y no desde las fantasías narcisistas, ni empeñado en que nos cubran todas las expectativas, uno aprende a aceptar y aceptarse, uno disfruta de cómo le quieren en lugar de imponer cómo querría que le quisieran. Sólo en la medida en que vamos superando carencias y podemos amar desde la independencia interior, es posible el amor consciente y la relación genuina. De otro modo la relación está carente de verdadera comunicación y se convierte en un juego de egos o imágenes, siempre paralelas que no se hallan. El amor consciente tiene el marchamo de la seguridad. Puede variar el tipo de relación, pero el amor permanece. No es un compromiso externo, sino voluntario e intenso; es un amor que puede experimentarse hacia cualquier criatura y se va haciendo cada vez más expansivo, fluido, compartido. La indulgencia y la benevolencia lo acompañan. Como dijo un yogui: «Porque soy débil, comprendo tu debilidad». Es un amor de cooperación, disponibilidad, lealtad. Un amor así no viene dado para cubrir huecos de soledad, no crea dependencias mórbidas ni alimenta carencias, no permite los celos ni las intransigencias, no sabe de servidumbres ni manipulaciones y menos de sutiles tendencias sado-masoquistas. Es un amor para el crecimiento y la plenitud.Como me decía no mucho antes de morir el venerable Narada Thera, abad de un monasterio cingalés: de la verdadera inteligencia clara resulta el auténtico amor. Cuando un ser humano se realiza y brota toda su inteligencia primordial, descubre que estamos en el camino para ayudarnos y que la ley suprema es la del amor y la compasión. Pero como habitamos en el egocentrismo, las suspicacias y sospechas, las autodefensas y la avidez más compulsiva, no tenemos ni la menor idea del verdadero sentimiento del amor.
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